Comentario
De las guerras y batallas muy peligrosas que tuvimos con los tlascaltecas, y de lo que más pasó
Otro día, después de habernos encomendado a Dios, partimos de allí muy concertados todos nuestros escuadrones, y los de a caballo muy avisados e cómo habían de entrar rompiendo y salir; y en todo caso procurar que no nos rompiesen ni nos apartasen unos de otros; e yendo así como dicho tengo, viénense a encontrar con nosotros dos escuadrones, que habría seis mil, con grandes gritas, atambores y trompetas, y flechando y tirando varas, y haciendo como fuertes guerreros. Cortés mandó que estuviésemos quedos, y con tres prisioneros que les habíamos tomado el día antes les enviamos a decir y a requerir que no nos diesen guerra, que los queremos tener por hermanos; y dijo a uno de nuestros soldados, que se decía Diego de Godoy, que era escribano de su majestad, mirase lo que pasaba, y diese testimonio dello si se hubiese menester, porque en algún tiempo no nos demandasen las muertes y daños que se recreciesen, pues les requeríamos con la paz; y como les hablaron los tres prisioneros que les enviábamos, mostráronse muy más recios y nos daban tanta guerra, que no les podíamos sufrir. Entonces dijo Cortés: "Santiago y a ellos"; y de hecho arremetimos de manera, que les matamos y herimos muchas de sus gentes con los tiros, y entre ellos tres capitanes. íbanse retrayendo hacia unos arcabuezos, donde estaban en celada sobre más de cuarenta mil guerreros con su capitán general, que se decía Xicotenga, y con sus divisas de blanco y colorado, porque aquella divisa y librea era de aquel Xicotenga; y como había allí unas quebradas, no nos podíamos aprovechar de los caballos, y con mucho concierto los pasamos. Al pasar tuvimos muy gran peligro, porque se aprovechaban de su buen flechar, y con sus lanzas y montantes nos hacían mala obra, y aun las hondas y piedras como granizo eran harto malas; y como nos vimos en lo llano con los caballos y artillería, nos lo pagaban, que matábamos muchos; mas no osábamos deshacer nuestro escuadrón, porque el soldado que en algo se desmandaba para seguir algunos indios de los montantes o capitanes, luego era herido y corría gran peligro. Y andando en estas batallas, nos cercan por todas partes, que no nos podíamos valer poco ni mucho; que no osábamos arremeter a ellos si no era todos juntos, porque no nos desconcertasen y rompiesen; y si arremetíamos como dicho tengo, hallábamos sobre veinte escuadrones sobre nosotros, que nos resistían; y estaban nuestras vidas en mucho peligro, porque eran tantos guerreros, que a puñados de tierra nos cegaran, sino que la gran misericordia de Dios nos socorría y nos guardaba. Y andando en estas priesas entre aquellos grandes guerreros y sus temerosos montantes, parece ser acordaron de se Juntar muchos dellos y de mayores fuerzas para tomar a manos algún caballo, y lo pusieron por obra, y arremetieron, y echan mano a una muy buena yegua y bien revuelta, de juego y de carrera, y el caballero que en ella iba muy buen jinete, que se decía Pedro de Morón; y como entró rompiendo con otros tres de a caballo entre los escuadrones de los contrarios, porque así les era mandado, porque se ayudasen unos a otros, échanle mano de la lanza, que no la pudo sacar, y otros le dan de cuchilladas con los montantes y le hirieron malamente, y entonces dieron una cuchillada a la yegua, que le cortaron el pescuezo en redondo, y allí quedó muerta; y si de presto no socorrieran los dos compañeros de a caballo al Pedro de Morón, también le acabaran de matar ¡pues quizá podíamos con todo nuestro escuadrón ayudarle! Digo otra vez que por temor que nos desbaratasen o acabasen de desbaratar, no podíamos ir ni a una parte ni a otra; que harto teníamos que sustentar no nos llevasen de vencida, que estábamos muy en peligro; y todavía acudíamos a la presa de la yegua, y tuvimos lugar de salvar al Morón y quitársele de su poder, que ya le llevaban medio muerto; y cortamos la cincha de la yegua, porque no se quedase allí la silla; y allí en aquel socorro hirieron diez de los nuestros; y tengo en mí que matamos entonces cuatro capitanes, porque andábamos juntos pie con pie, y con las espadas les hacíamos mucho daño; porque como aquello pasó se comenzaron a retirar y llevaron la yegua, la cual hicieron pedazos para mostrar en todos los pueblos de Tlascala; y después supimos que habían ofrecido a sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes vedijudo, y las dos cartas que les enviamos para que viniesen de paz. La yegua que mataron era de un Juan Sedeño; y porque en aquella sazón estaba herido el Sedeño de tres heridas del día antes, por esta causa se la dio al Morón, que era muy buen jinete, y murió el Morón entonces de allí a dos días de las heridas, porque no me acuerdo verle más. Volvamos a nuestra batalla: que, como había bien una hora que estábamos en las rencillas peleando, y los tiros les debían de hacer mucho mal; porque, como eran muchos, andaban tan juntos, que por fuerza les habían de llevar copia dellos; pues los de a caballo, escopetas, ballestas, espadas, rodelas y lanzas, todos a una peleábamos como valientes soldados por salvar nuestras vidas y hacer lo que éramos obligados, porque ciertamente las teníamos en grande peligro, cual nunca estuvieron, y a lo que después supimos, en aquella batalla les matamos muchos indios, y entre ellos ocho capitanes muy principales, hijos de los viejos caciques que estaban en el pueblo cabecera mayor; a esta causa se retrajeron con muy buen concierto, y a nosotros que no nos pesó dello; y no los seguimos porque no nos podíamos tener en los pies, de cansados; allí nos quedamos en aquel pueblezuelo, que todos aquellos campos estaban muy poblados, y aun tenían hechas otras casas debajo de tierra como cuevas, en que vivían muchos indios; y llamábase donde pasó esta batalla Tehuacingo o Tehuacacingo, y fue dada en 2 días del mes de septiembre de 1519 años; y desque nos vimos con victoria, dimos muchas gracias a Dios, que nos libró de tan grandes peligros; y desde allí nos retrajimos luego a unos cues que estaban buenos y altos como en fortaleza, y con el unto del indio que ya he dicho otras veces se curaron nuestros soldados, que fueron quince, y murió uno de las heridas; y también se curaron cuatro o cinco caballos que estaban heridos. Y reposamos y cenamos muy bien aquella noche, porque teníamos muchas gallinas y perrillos que hubimos en aquellas casas; con muy buen recaudo de escuchas y rondas y los corredores del campo, y descansamos hasta otro día por la mañana. En aquesta batalla tomamos y prendimos quince indios y los dos dellos principales; y una cosa tenían los tlascaltecas en esta batalla y en todas las demás, que en hiriéndoles cualquiera indio, luego lo llevaban, y no podíamos ver los muertos.